En el Eurobasket de 1985 jugado en Stuttgart, la selección Española, que venía muy reforzada después de ganar la medalla de plata en las Olimpiadas de Los Angeles 84, ganó en cuartos al equipo anfitrión alemán. Quedaba esperar a la potente Yugoeslavia la cual, en su cruce de cuartos, se enfrentaba a una Checoeslovaquia venida a menos y repleta de veteranos. No obstante surgió la sorpresa y el combinado checo derrotó al conjunto capitaneado por Drazen Petrovic.
Fue entonces cuando la selección española se frotó las manos. Pensó que ganarían fácilmente a un equipo que, aunque experto, no tenía la suficiente calidad para hacerles sombra. Después -continuando con su especulación-, vendría la final para enfrentarse a una Unión Soviética a la que ya habían ganado en la fase previa. Dicho de otra manera; pan comido.
Pero el cuento de la lechera se cumplió y España sucumbió ante Checoeslovaquia por 95-98.
En el deporte es importante no subestimar nunca al rival que tenemos enfrente y ser conscientes de que el partido hay que jugarlo hasta el último minuto. De lo contrario, seremos nosotros nuestros peores enemigos.
Y esto, también lo podemos extrapolar a nuestra vida cotidiana. El buen hacer de esta selección checoeslovaca, que creyó en ella hasta el final, debe servirnos como ejemplo para encontrar en nosotros la suficiente confianza y seguridad.
Cada situación y reto a los que nos enfrentamos en el transcurso de nuestro período vital lo deberemos tratar con la suficiente concentración, cautela y respeto para salir airosos de cualquier obstáculo que se nos ponga delante. De esta manera, evitaremos caer en las redes de otra Checoeslovaquia.
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