Cada vez que miraba a través del agujero que le mostraba su taumaturgo, Román mostraba en su rostro diferentes estados emocionales. Aquella realidad que aparecía ante sus ojos, era la única válida para él.
Sin embargo, esto le limitaba en sus relaciones sociales: cuando estaba triste todo el mundo debía estarlo pero cuando estaba alegre e incluso eufórico, también. Todos debían adaptarse a su circunstancia y si alguien no lo hacía, no lo podía comprender.
Sin embargo, esto le limitaba en sus relaciones sociales: cuando estaba triste todo el mundo debía estarlo pero cuando estaba alegre e incluso eufórico, también. Todos debían adaptarse a su circunstancia y si alguien no lo hacía, no lo podía comprender.
No obstante a su gente no le gustaba esa actitud tan cambiante y turbadora, así que se alejaban de él.
Al quedarse sólo, Román se dio cuenta de que necesitaba que alguien le ayudara a interpretar la realidad. Quería salir de su agujero particular.
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