
De pequeño mi madre me envió a comprar manzanas a una frutería cerca de mi casa. Por esa época cojeaba porque había tenido una lesión en el colegio.
De camino de vuelta a casa, una niña con mirada empática se me acercó.
Lo vi: Sintió lo mismo que yo.
Al ver que cojeaba, tuvo ese sentimiento de participación afectiva en la realidad de otra persona. Me preguntó qué me había pasado en la pierna mientras me cogió la bolsa llena de manzanas de mis manos. Me acompaño a mi casa. Le di las gracias. Ella me guiño un ojo y se marchó.
Auténtica pureza. Nunca la tenemos que perder.
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