Los individuos frustrados no siempre dirigen su agresividad contra el exterior, sino que muchas veces los impulsos agresivos se revierten sobre el propio sujeto que se considera en el fondo culpable de su fracaso.
De estas consecuencias intropunitivas de la frustración surgen los sentimientos de culpabilidad, la angustia, los sentimientos de inferioridad, la depresión e incluso el suicidio.
Otras veces la frustración continuada provoca en el sujeto la regresión a conductas típicas de estadios evolutivos anteriores que derivan en la apatía o el conformismo.
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