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EL EFECTO TERAPÉUTICO DEL PERDÓN

No estamos acostumbrados a perdonar a los otros. Somos capaces de pasarnos toda una vida sacando pecho de nuestro orgullo. Lo que no nos imaginamos es que esta “falsa energía” nos va a consumir por dentro y nos va a enfermar mentalmente. 
Perdonar, ser perdonado y perdonarse son buenas llaves para conseguir la felicidad. Cargar con el remordimiento contra otros, no ser capaz de reconocer los propios errores, vivir con el lastre de pecados que no podemos controlar, o soportar un sentimiento de culpa innecesario, por un error que ya nos han perdonado, son los caminos más fáciles para no ser feliz. A pesar de que la felicidad está a nuestro alcance, no es tan sencillo perdonar, ni perdonarse, ni pedir perdón. 
Para el profesor Martin Seligman, psicólogo de la Universidad de Pennsylvania, experto en temas relacionados con la felicidad, las personas más felices son las que se rodean de amigos, viven a fondo la vida cotidiana y, sobre todo, las que perdonan con más facilidad los errores de uno mismo y de los demás. 
No es fácil perdonar, tampoco perdonarse, y menos aún ser consecuentes con el perdón recibido. El  proceso de perdonar, requiere un gran esfuerzo por parte del que perdona. «Hasta setenta veces siete», pedía Jesús a sus discípulos, consciente de que es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio. En muchas ocasiones se pierde de vista cuál es el verdadero sentido del perdón. Una frase que está muy de moda es la de «Perdono, pero no olvido». Perdonar al otro implica volver a empezar, dejar de exigir desde ese momento, no utilizar la frase «Te perdono, pero...» 
En una conferencia sobre el perdón, organizada por la Universidad de Wisconsin-Madison en marzo de 1995, se dijo que «perdonar no borra el mal hecho, ni quita la responsabilidad al ofensor por el daño hecho, ni niega el derecho a hacer justicia a la persona que ha sido herida. Perdonar es un proceso complejo, es algo que sólo nosotros mismos podemos hacer. Paradójicamente, al ofrecer nuestra buena voluntad al ofensor, encontramos el poder para sanarnos. Al ofrecer este regalo a la otra persona, nosotros también lo recibimos». 
Es muy importante también “aprender a perdonarse”. «El perdón -asegura Seligman,- extrae el aguijón de los recuerdos amargos del pasado y nos permite avanzar desde ese punto para vivir en el presente y en el futuro». Muchas veces, cuando uno comete una falta, carga con un pesado sentimiento de culpa, incluso mucho tiempo después de confesar sus pecados y recibir la misericordia de aquellos a quienes hizo daño lo hayan perdonado. Borrar el sentimiento de culpa es imprescindible para no quedar anclados en el pasado.
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